miércoles, 31 de diciembre de 2014

2014

Cinco veces escribí y borré. Cinco veces volví a escribir y no sé como arrancar esto. Cinco veces no sé que decir exactamente. Cinco, ni más ni menos, cinco es el número de mi indecisión... aunque desde hace cinco meses esté más decidido que nunca.
Me cuesta bastante hacer memoria de lo que fue este año largo, aunque fugaz y es todo por una sola razón. Hubo algo que eclipsó los hechos anteriores al mes de agosto y creo que sé exactamente de qué se trata.

El tiempo se percibe de maneras diferentes según lo que uno haga, y es de conocimiento público que  cuando uno la pasa bien todo parece pasar muy rápido. Bueno, de eso se trata la segunda mitad de mi año, de un paso veloz del tiempo aunque dejando siempre recuerdos que aspiran a ser duraderos y hasta, quien te dice, eternos.
Desde hace cinco meses que tengo escenas que parecen repetirse y ser la misma aunque si uno mira con detenimiento se da cuenta de que ninguna es igual a la anterior.
Sin embargo puedo definir una especie de patrón.
Me veo acostado en una cama, casi siempre de noche o en la penumbra y siempre con música de fondo. En este aspecto puedo decir que reconozco a la perfección la banda sonora que me acompañó, o mejor dicho, que nos acompañó. Porque en estos recuerdos, en estas escenas no estoy solo, podría hasta afirmar que nunca había estado más acompañado. En los recuerdos también está ella, los recuerdos son ella.

Ella que sonríe y me hace sonreirle, ella que me mira, ella que me habla, que me acompaña, que me escucha, ella que se queda dormida, ella que se despierta primero. Todo es ella, los momentos son ella, las canciones son ella, los días son ella, ella sos vos.

Vos y yo, los que no nos creíamos o no queríamos creernos todo esto, los que decíamos que no. Que no a los compromisos, que no a las obligaciones. Que vamos despacio, que no hay por qué apresurarse. Que es para ver que pasa, que no es nada serio. Que es mejor no decir ciertas palabras, que es mejor no pensar en más adelante. Me sorprende como sin darnos cuenta fuimos dejando atrás todas estas trabas autoimpuestas, fuimos dejando de lado lo que eramos para poder llegar a esto, a lo que somos hoy, y a lo que espero sigamos siendo: nosotros.
Nosotros, los que no somos de ver películas ni de las salidas, nosotros los que no podemos vernos  "un ratito", nosotros los que pasamos todo el día tirados en la cama como reza Polaroid. Los que tenemos la habilidad de hacer que un fin de semana tenga cinco días en lugar de dos. Nosotros, los grandes fabricantes de momentos perfectos,que van desde la primer luna roja, hasta la última semana y el día de la despedida , pasando por un atardecer inolvidable desde un piso once y una tarde de lluvia vista tras un ventanal. Nosotros, lo que quiero que sigamos siendo.

El 2014 pasó rápido,sí, pero de ninguna manera sin dejar marcas. Se trata ni más ni menos que del año del comienzo de algo que espero siga en pie por mucho tiempo.
Lo ideal sería entregarte esto en papel pero debido a las distancias y a que te voy a ver dentro de un tiempo (tres semanas no son nada pero son...)  esta es la forma más práctica de hacértelo llegar. Porque soy ansioso, porque te extraño y porque precisamente todo esto me está pasando aquí y ahora.

Te amo
Feliz 2015...



lunes, 29 de septiembre de 2014

Barcos de papel


"Hay que dejarse llevar" decía el barquito de papel que vio como un nene lo dejaba en el agua que queda estancada al costado del cordón después de que una señora limpia la vereda. Entre deseo y resignación ese barquito era arrastrado por el agua y mal que mal daba una vuelta a la manzana lo cual puede considerarse todo un viaje para una simple criatura de papel,
A veces es complicado ser un barco de papel, cuesta dejarse llevar
Por miedo, por precaución o por lo que sea (muchas veces por boludo) uno se contiene y pretende tener todo controlado, manejar todo y atenerse a ciertas normas establecidas. ¿Se trata de tener el control? ¿se trata de depender de uno mismo? Andá a saber...

Particularmente siempre pensé demasiado las cosas, al punto de no hacer algo pensando en que iba a llegar a afectar a algo que podría o no hacer más adelante. Pienso antes de hacer, antes de decir, antes de sentir, antes de todo. Así fue gran parte de mi vida...
Pero desde hace un tiempo decidí hacer un experimento, decidí no pensar, no sin antes plantearlo y discutirlo conmigo más o menos por dos semanas. Finalmente, por decisión mayoritaria o no (el 70% de mí quería seguir pensando, pero la minoría se rebeló y alteró los resultados previa amenaza de bomba) opté por no pensar y  dejarme llevar.
Al principio estaba desconcertado, un universo nuevo, reglas desconocidas, tiempos alterados. Miraba al mundo con un aire distinto.
De todas maneras, pese a no pensar de manera constante, seguía manteniendo un cierto control sobre lo que hacía. Seguía, si puede plantearse así, siendo un ser racional
Hasta que pasó, cosa de no creer...

Dicen por ahí que no pensar suele ir de la mano con un fenómeno bastante particular, un fenómeno más que extraño, uno que particularmente desconocía y/o esquivaba: no pensar suele llevar a sentir. Y sentir suele tener que ver con un dejarse llevar.

Y sucedió de manera curiosa.
De la noche a la mañana (o más precisamente de noche en noche) fui perdiéndome y encontrándome. Salí de mi zona de confort para, sorpresivamente, entrar en otra. Ahí me di cuanta de que lo que yo consideraba confort no era más que una silla dura y astillada, de esas que no tienen respaldo y en las que hay que sentarse cuando se llega tarde a un aula. Descubrí que hay mejores lugares a donde ir y en donde quedarse, pero sobre todo, descubrí que dejándose llevar uno llega a buen puerto.

Y elijo quedarme acá, en este sitio a donde llegué siendo un barquito. Elijo este lugar (el mejor lugar para estar) y este tiempo, este momento. Aunque ya no dependa de mí, aunque ya esté a merced...

lunes, 25 de agosto de 2014

20 días que parecieron ser más noches

¿Qué es el tiempo? ¿Se trata de algo real o es una construcción necesaria para nuestra vida occidental? ¿Cómo sabemos cuando dar cuerda y cuando parar el reloj? ¿Por qué todo pasa más rápido cuando la estás pasando bien? ¿Para hacer un huevo duro hay que esperar primero a que hierva el agua? Todo es cuestión de perspectiva...

Si de algo me di cuenta desde que vivo es en este lugar es que todo, absolutamente todo, va más rápido. La ciudad tiene un ritmo infernal que afecta e interfiere desde lo más mínimo hasta lo más significativo, de hecho, es muy difícil frenar y tratar de quedarse a un costado, o eso me parece.
Quizá vea esto así debido a mi condición de pueblerino. De donde yo vengo las cosas no son así.
Las personas en las calles pasean, no caminan ni corren, pasean, sea en hora pico o en cualquier otro momento (exceptuando el de la siesta, ahí hasta el paseo se suspende). Los semáforos están todos a destiempo provocando que el tránsito no sea fluido, los automovilistas no distinguen entre el carril rápido y el normal. Los kiosqueros tardan hora y media en despacharte un paquete de fideos, pero aprovechan este tiempo para contar todo acerca del nuevo marido de la cuñada de la mujer de la esquina. Prioridades.
Todo esto, entre otras cosas, lleva a que todo sea lento. Es decir la ciudad hace que las personas y sus relaciones sigan determinado ritmo (o quizá sea al revés). Creo que eso puede extenderse a todas las ciudades del mundo, como una cuestión relacional, el binomio ciudad-gente. En fin...
Todo es más lento que acá

En esta ciudad la vida pasa de otra forma, su aceleración propia hace que uno pierda a veces la noción del tiempo.

Sin ir más lejos, se nota en mi casa. Desde el día en que en este departamento el reloj de pared se detuvo a las seis menos diez de la mañana (sé que fue de la mañana porque recuerdo haber estado escuchando el tic-tac del reloj en ese momento. Puro rock mi vida) perdí la noción del tiempo. Hasta ese momento, pretendía llevar una vida a horario, pero un día el reloj se paró y ya nunca más supe si eran las dos de la tarde, las cinco de la mañana o si era lunes. Desde ese instante siempre fueron las seis menos diez, un momento que dura eternamente.
Se nota en las relaciones humanas. Uno en poco tiempo conoce y pasa mucho tiempo con personas hasta el punto de generar una confianza poco usual si se toma en cuenta la rapidez del asunto. 
Se nota en los modos de vida. Se pasa de ser hijo, ser hermano a ser inquilino, ser estudiante universitario, a ser solo. Y todo de golpe.

Por eso nunca viene mal tratar de frenarse un poco y mirar hacia atrás. Y es en ese momento en que uno se da cuenta de que perdió la noción del tiempo de nuevo, de que la percepción es errada, de que todo sucedió sin que nos diéramos cuenta. Culpa de la ciudad, culpa del reloj, vaya uno a saber.
 De algo hay que estar seguros: si nos parece que las cosas pasan a un ritmo acelerado es porque se trata de algo bueno, de algo positivo, de algo que uno se encarga de disfrutar sin percatarse de como transcurren los días, las semanas, etc. Los malos momentos, en cambio, suelen parecernos más eternos.
Yo llevo contados los días que me vengo levantando con un malestar en la garganta por ejemplo (un verano en agosto no podía pasar sin dejar un rastro negativo) y pienso en cuanto tiempo más va a durar. En cambio, no fue hasta ayer que caí en la cuenta, casi sin querer, de que pasaron veinte días que parecieron ser más noches.

domingo, 3 de agosto de 2014

Quiero

"Para mí no traigas, no voy a querer..." Dije esto y me di con que eran las 11 de la noche, era domingo y una vez más estaba diciendo estas palabras: no quiero.
Entonces pensé (cosa que no recomiendo hacer) en qué era exactamente lo que no quería esta vez y la respuesta fue confusa. Mas bien se trataba de varias cosas que se fundían en una pero que no dejaba de ser borrosa, lo que me llevó a asumir que existo en un constante no querer.
Ahora, ¿a qué se debe este constante no querer?. Me senté, miré a una pared, noté que había humedad, recordé que tengo que llamar al plomero e ir a hacer un trámite en Aguas Cordobesas, me acosté, miré al techo, pensé la razón y vino la respuesta a modo de epifanía: no sé.
No sé que quiero, pero peor aún, no sé que es exactamente lo que no quiero y eso me trae problemas a punto que muchas veces me veo negándome a cualquier cosa antes incluso de saber a ciencia cierta de qué se trata. Pero no es miedo ante lo que no conozco, eso se los puedo asegurar. Lo que no puedo es afirmarles de qué se trata ya que de ser así no estaría escribiendo esto y estaría haciendo algo bastante más productivo como separar los saquitos de té por el color de la etiqueta (no deja de ser domingo/lunes ¿esperaban algo más entretenido?)
En fin, pensé que escribiendo esto iba a poder sacar mayores conclusiones pero una vez más fue inútil. Por lo pronto voy a tratar de sintetizar algunos puntos buscando dejar todo lo más claro posible. Casi todo se resumiría en lo siguiente:

-Casi nunca quiero algo, o eso es lo que quiero hacerme creer.
-Si tuviese que pedir todas las cosas que quiero no creo que alguien quiera dármelas, por eso prefiero no incomodar a nadie ni molestarme queriendo cosas. Al fin y al cabo, ¿realmente las quiero o solo quiero quererlas? A veces quisiera saber...
-Hoy quiero, ayer quise y mañana quiero no seguir queriendo.
-¿Que si quise?, obvio que sí, pero ya no sé cómo es querer y quiero, oh ciertas veces quiero y de verdad.
-Quiero querer y no querer.
-Quiero quererte, y al mismo tiempo quien te dice, dejarme querer.

(***)

Sin embargo hoy realmente quisiera no querer nada pero al parecer me es imposible, entonces digo que sí quiero y todo vuelve al mismo lugar…y ya quiero avanzar.


miércoles, 2 de julio de 2014

"Inserte texto aquí"

Tengo ganas de escribir. Bueno, no son ganas de hoy, más bien hace un tiempo que andaba con ganas de sentarme a escribir algo y no lo hice porque no sabía sobre qué. Pero ahora ya di un paso importante y estoy empezando esto, pero no sé cómo va a terminar (o si va a terminar).
Podría escribir sobre lo que me pasó en la semana, pero siendo sincero, mi vida no es lo suficientemente interesante. Serían una serie de anécdotas de supermercado o de lo que me contó un taxista mientras daba vueltas innecesarias con tal de cobrarme más porque le dije que le pagaba con cien.
Podría escribir algo sobre el mundial y de toda la euforia que genera. Podría hablar de como llegan los equipos, de como tendría que jugar Argentina, de por qué las mujeres miran a Lavezzi y no a Garay. Pero para eso ya hay otros cuarenta millones de habitantes que pueden hacerlo mejor y lanzar verdades absolutas sobre todos estos temas.
Podría hablar también de dilemas cotidianos, de esos misterios que al parecer no tienen respuesta. ¿A donde vamos cuando nos morimos? ¿Hay Dios o no lo hay? ¿Que pasa si baño a mi perro con Coca Cola? ¿Pesa más un kilo de plumas o de plomo? ¿Los pingüinos vuelan pero no lo hacen en frente de los humanos para engañarnos y algún día dominar el mundo? y como estas cientos de preguntas más que invaden nuestras mentes días tras días, noche tras noche. Pero pienso que es mejor no saber ciertas cosas, las verdades suelen asustar.
Podría escribir alguna anécdota de mi infancia, pero hoy me parecen todas la misma y de hecho creo que es así. Trato de hacer memoria pero los pocos recuerdos que consigo encontrar no son muy claros y hasta me parece que son de alguien más.
Podría hablar de mis decepciones amorosas, pero para decepcionarse primero uno se tiene que entusiasmar y no soy de entusiasmarme seguido (que palabra extraña entusiasmo), por lo menos no sin antes meditarlo por dos días. Es por esto que me olvido de lo que me entusiasmaba y todo vuelve a ese lugar en el que nunca pasa nada, o si pasa me hago el distraído y mando a decir que no estoy cuando me buscan. Todo esto se debe en gran parte, a esa maldita costumbre de interesarme en personas imposibles por distintas razones. Pero bueno, uno se va acostumbrando, o mejor dicho, resignando a que sea así.
Podría hablar sobre mi rechazo hacia las relaciones humanas y de por qué prefiero estar encerrado acá a salir a reventarme la cabeza. Lo haría si tuviese una respuesta que me convenza primero a mí, hasta ese entonces averígüenlo buscando la etimología de mi nombre o las características de mi signo del zodiaco.
Podría escribir sobre como extraño a mi perro y del hecho de que sea una de las principales razones para volver un rato a casa. Ligado a esto, podría escribir acerca de mis relaciones familiares y de por qué un perro es una de las razones para querer volver y no una persona o varias. Podría pero no quiero.
Podría escribir un cuento, y así no tendría que usar necesariamente cosas de mi vida, recuerdos o experiencias sino solamente la imaginación. Podría pero tengo el mismo nivel de imaginación y creatividad que un cartel de "prohibido estacionar".
Podría escribir sobre por qué estoy tratando de escribir algo un jueves a la madrugada o de por qué decidí preparar un café tan fuerte sabiendo que debería dormir y despertar temprano.

Pero bueno, al final me parece que hoy no voy a escribir nada...

miércoles, 7 de mayo de 2014

Juego inútil.

Cuesta empezar de nuevo. Más aún cuando no estás seguro de las cosas.
Hoy tengo ganas de escribir, mejor dicho, siento la necesidad de escribir para no explotar o romper algo. El problema es la razón de esto, y es justamente lo que no logro entender.
¿No les ha pasado que en algún momento de sus vidas no saben lo que quieren? Bueno, estoy en ese momento.
Uno tiende a hacer cosas porque se las encargan. Es un proceso que empieza en la misma niñez: ir al jardín, hacer amigos, ir al colegio, sacar buenas notas, practicar algún deporte o alguna actividad recreativa, tratar de hacer bien esa actividad, mantener cierto tipo de relaciones, terminar el secundario, si se puede, elegir una carrera y estudiar hasta recibirte y así ser alguien en la vida. Una serie progresiva de cosas que nos son encargadas, tareas encomendadas para construirnos como personas.
Ahora, ¿cuantas de estas cosas nacen por iniciativa propia? Entiendo que estemos condenados a cumplir ciertos roles sociales y demás pero, y esto es lo que me preocupa ¿cuándo elegimos hacer algo que realmente nos nazca desde lo más profundo de nuestro ser?.
No recuerdo la última vez que decidí hacer algo solo porque sí y me preocupa. Sé que tengo que estudiar para en algún momento recibirme y así satisfacerme y a mi familia, y poder devolverles todo lo que han invertido en mí. Listo, esta formulación deja de lado todo el interés hacia la carrera o alguna aspiración personal y me instala en esta relación de correspondencia. Aunque no siempre fue así, sé que en algún momento de mi vida (casi con exactitud dos años atrás) solamente pensaba en lo que quería aprender y ser el día de mañana.
Tengo veinte años, eso significa que ya llegué al primer tercio de mi vida y no sé que quiero.
Quisiera viajar y conocer el mundo, quisiera ser un periodista, quisiera hacer rock, quisiera ser jugador de fútbol, quisiera ser amante, quisiera querer realmente ser algo de todo esto y trabajar en ello.
Siempre fui el que se quedó a medio camino. En lo académico nunca me esforcé más de lo necesario y pasé cada etapa sin penas ni glorias .En cambio me interesaba más lo artístico y siendo chico me mandaron a aprender a tocar la guitarra , yo dije que no quería seguir yendo y que elegía quedarme a patear una pelota en el barrio. Cuando surgió la posibilidad de establecerme como deportista, decidí priorizar los estudios. Ergo, nunca me destaqué en nada porque nunca dediqué el cien por ciento de mi energía en algo. A esto se suma un mal que me aqueja desde que tengo memoria, la no constancia. Dejo todo a mitad de camino cuando comienza a hacerse una obligación. Nunca nadie me dijo que la vida son obligaciones ineludibles, nos guste o no y crecí pensando que podía evadirlas o encontrar alguna que me sea más amena. Fracasé rotundamente.
Hoy me pregunto qué quiero, qué no quiero, qué me hace bien, qué me altera, qué necesito, qué me apasiona y me respondo a todo lo mismo : no sé.
Y no me estoy mintiendo, no puedo engañarme. Me conozco demasiado como para mentirme y creerme la mentira.

Es entonces que intento salir de una rutina que yo mismo me armé pensando que era la mejor, la que más se acercaba a mis intereses y expectativas. Traté de engañarme y otra vez no funcionó. Eso me altera.
Me indigna no aceptar las reglas del juego que me propongo. "Estos meses vamos a hacer una serie de cosas, no te vas a cuestionar nada y vas a ser feliz. ¿Te parece?" Y yo como un idiota digo que sí y trato de hacer de cuenta que me lo creo y que lo acepto, nada de eso pasa. No solo no pasa eso sino que me encuentro hoy, ocho de mayo, preguntándome por qué hice lo que hice si sabía que no me iba a llevar a ningún lado.

Escribo esto enojado conmigo. Enojado por no saber que quiero, enojado por no hacer nada, enojado por no tomar decisiones que eventualmente puedan hacerme bien, enojado por no encontrar y hacer algo que me apasione. Y ustedes, si es que hay alguno, no deberían leer esto, no tienen que saber esto. Pido disculpas.
Les propongo algo, hagamos de cuenta que nunca dije esto y que ustedes no lo leyeron.

Necesito sentarme a hablar conmigo, solos los dos, solo yo. Uno va a proponer nuevas reglas para un juego que nos haga sentir vivos y otro va a mentir que las acepta y va a entrar a ese juego.
Y, en el mejor de los casos, el juego va a durar un par de meses...

jueves, 24 de abril de 2014

Rutina

Alberto es un tipo común y corriente. Vive en una ciudad grande, tiene una mujer y un trabajo estable. Es joven pero no tanto como antes y lo sabe, se lo recuerda casi a menudo.
Trabaja de lunes a viernes en una fabrica y sigue una rutina de manera religiosa: se levanta todos los días a las seis de la mañana y sale de la cama sin despertar a su mujer, no la mira al dejar la habitación. Prepara café, lo toma y se viste. Camisa clara pantalón oscuro, camisa oscura pantalón oscuro, camisa oscura pantalón claro, decide y a las siete emprende el viaje al trabajo.
 Para en el kiosco ubicado una esquina antes de llegar a la fábrica, compra el diario y lo lee allí mientras charla con el canillita, los lunes y viernes de fútbol, los martes de política, los jueves de lo caro que están los repuestos y los miércoles la charla es de tema libre. Marca tarjeta a las nueve en punto, siempre fue puntual, es de lo pocas buenas costumbres que ha mantenido desde niño.
Trabaja ocho horas, a veces más, nunca menos y regresa a su casa, no sin antes pasar por la panadería a buscar unas facturas para tomar mate con su mujer. Llega y hablan de banalidades, no tienen hijos, no tienen distracciones. Comen, miran televisión, intercambian frases vacías y se acuestan. A veces hacen el amor, a veces se abrazan y a veces duermen de espaldas.
Los fines de semana no son muy distintos, cambia el trabajo por visitas familiares, comidas abundantes, siestas prolongadas y tareas hogareñas.
Alberto se ríe de los chistes que aparecen en la última página de los diarios, mira las películas que pasan por la televisión los sábados a la tarde, recuerda tiempos mejores. 

Alberto es un tipo común y corriente, o eso puede parecer.

Pero no, Alberto es realmente otra clase de hombre. Es un soñador y un ser apasionado. Escribe poemas, compone canciones, se conmueve ante los más mínimos detalles. Desea viajar por el mundo y cambiarlo de a poco. Quiere conocer gente nueva, quiere aprender, quiere enseñar. No quiere manejar un auto cuatro puertas, Alberto quiere recorrer países en bicicleta, quiere tomar fotografías, fotografiar personas, momentos, sonrisas y llantos. Quiere amores eternos, quiere vivir mil vidas. 
Alberto quisiera amar a su mujer todas las noches, desea abrazarla, dedicarle versos, amarla como se merece. Se debe a ella, la ama, siempre la amó aunque no se lo recuerde. Quiere ser lo que ella desee.
Sabe que solo se tiene una vida y quisiera poder aprovecharla al máximo, poder pasar por este mundo y dejar una huella.
Pero Alberto tiene un problema, es un ser demasiado racional.

Alberto desearía poder hacer todo eso, pero sabe que la suerte y el destino rara vez favorecen a los mortales. Hubiese deseado nacer en otro lugar y en otra época pero no fue así. A él le toca continuar una tradición de hombre de casa, hombre tradicional. No hombre soñador, poeta, aventurero, sino hombre trabajo, hombre salario, hombre pilar de familia. Y Alberto es obediente, sabe que no puede escapar de esto, le duele, lo lamenta pero lo acepta.
A veces se arma de valor y decide dejarse salir, luego medita y sabe que no pertenece a ese mundo.

Entonces es lunes de nuevo, se despierta a las seis de la mañana y sale de la cama sin despertar a su mujer. Prepara café, lo toma y se viste. Sin embargo hoy quiere cambiar, hoy está decidido, hoy va a dejarse escapar, se prepara, está listo.
Regresa en puntas de pie a la habitación y besa a su mujer en la frente, ella sonríe dormida...

Mira el reloj, son las siete. Emprende el viaje al trabajo, pero esta vez con una extraña mueca de felicidad. Alberto suele ser un tipo común y corriente, pero hoy no será así...



viernes, 11 de abril de 2014

Oxímoron.

Días como este te llaman a escribir. Noches como estas más precisamente.
En realidad no, teniendo en cuenta que es viernes y la noche está hermosa lo más recomendable sería salir y dar vueltas por algún lado. En esta ciudad sobran lugares y personas interesantes para conocer así que no sería una tarea complicada. Sin embargo yo estoy en casa esperando que hierva el agua para cocinar... cosas que pasan.
Lo bueno es que no estoy tan solo como puede llegar a parecer.

Lo veo y me ve, me conoce y lo conozco, ambos sabemos eso pero hacemos de cuenta que es nuestro primer encuentro. Da pasos cortos, lentos y suaves, no quiere que lo descubra, sabe que la invisibilidad es un arma muy valiosa y está dispuesto a usarla. Lo observo de reojo, me distraigo a propósito para entrar en su juego, sé que me lo va a agradecer. Se acerca más y más hasta que estamos ya casi cara a cara, siento su respiración y noto como su pelo se electriza. Entonces se decide, tras pensar y repensar elige atacar, se hace visible. Siente como siglos y siglos de historias salvajes recorren sus venas y llegan a sus dientes, sus garras, su cola, sus bigotes. Salta...y se da de lleno con la pantalla de la computadora.

Este gato nunca tuvo muchas luces, de hecho podría considerarse un anti-gato. Desde que llegó todo fue raro.
Uno dice gato y lo asocia automáticamente a un ser solitario, esquivo pero que mal que mal otorga cariño. Bueno, él no, Oxímoron (si, Oxímoron con acento en la i y no en la última o) nunca fue así, y en parte lo agradezco. Otra sería la historia si hubiese tocado un gato de esos gordos aburridos que te buscan para dormir y se te tiran encima. Este se escapa cuando lo querés acariciar y los únicos momentos en los cuales busca y acepta contacto humano es cuando tiene frío o sueño: lo primero por utilidad, lo segundo por pereza, en eso nos parecemos así que lo respeto.
Su nombre griego lo estigmatizó y lo instaló en una verdadera tragedia helénica ya que en un primer momento él era ella.
En lo que supongo fue un descuido ,o ganas de embocar a ese pequeño animal en algún lado, la primer dueña aseguró con una fe ciega que Oxímoron , quien hasta ese momento era conocido como "la gatita amarilla", era una hembra y yo le creí, ya que confié en que una persona que convivía con gran cantidad de animales sabría distinguir el sexo de los mismos. Me equivoqué...
Pasó el tiempo y este felino vivió sus primeros meses de vida como una nena mimada: era la novedad y el juguete que todos querían tener, hasta que llegó el día de la verdad, se produjo la anagnórisis, se develó la triste verdad, ella era él....
El trabajo psicológico no fue tan duro, hablamos, dejamos las cosas claras, tomamos distancia, escuchamos un disco de los Strokes y nos pusimos a ver un Tigre-Racing en la tele.

Nuestra relación tiene sus altibajos. Somos seres antipáticos, asquerosos y ariscos así que nos damos nuestro espacio, pero tengo que admitir que me agrada esa compañía silenciosa y atenta en días como estos, creo que el también está agradecido.

Maúlla. Debe ser por el golpe o porque tiene hambre, aunque últimamente maúlla por todo. O por ahí me avisa que hace rato que hirvió el agua y que me tengo que alimentar...me conoce.

Noches como estas se prestan para escribir y gatos como este son una muy buena compañía.





miércoles, 9 de abril de 2014

Explicación innecesaria.

Creo que no debería empezar a escribir esto en caliente, aunque lo que quiero decir es mejor expresarlo así.
Barcelona acaba de quedar eliminado de la Champions League por el Atlético de Madrid y aunque ya han pasado un par de horas no logro recomponerme.
Algunos detalles introductorios. Para aquel que no lo sepa, la Champions es la copa más importante de clubes en el mundo, es casi comparable a un mundial, solo que no nos toca a nosotros los americanos. Es esa competencia donde juegan los mejores jugadores del mundo en los mejores equipos. En un punto similar a la Copa Libertadores debido a que el certamen es a nivel continental, sin embargo está a años luz en cuanto a organización, calidad, espectáculo, orden y demás cuestiones que por estos lugares hemos dejado de lado y suplantado por algo que llaman garra y huevos. No digo que sea peor, solo que el enfoque está puesto en cosas distintas.

En fin, creo que ya entienden de qué se trata.

Ahora, llega el momento de la legitimación. Por si no queda claro, soy hincha del F.C Barcelona desde hace ya nueve años y esta derrota me confunde, me perturba, me duele...
¿Por qué me duele? Ilusión, sed de triunfo, ganas de que vuelva a ser el que supo ser, ganas de que vuelva a ser el mejor equipo del mundo, todos asuntos que deberán esperar un año más para tratar de ser resueltos. Lo bueno del deporte, y del fútbol en particular, es que siempre da revancha.
Cualquier persona ajena al mundo del fútbol se preguntará por qué me pongo tan mal por algo que ocurrió a 10.119,17 km de distancia (dato chequeado), por un equipo que no es argentino y por algo en lo que uno no se está involucrado. Lamento decirle que no puedo explicarlo como debería hacerlo, y al intentarlo solo me sale una palabra que puede sonar vacía: pasión.

Durante estos nueve años he sentido esta pasión que a priori resulta incomprensible. Trataré de explicar, si es esto posible, su origen.

Nací en una provincia del interior del país que a tomado a lo largo de su historia conceptos a medias de las grandes ciudades. El fútbol es uno de ellos. No tenemos equipos en la primera división, ni en segunda, no tenemos grandes estadios, no tenemos un gran clásico. Sin embargo pasión futbolera no le falta gracias a las costumbres importadas por la gente de Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. Hay que tener en cuenta que de por el solo hecho de ser argentinos y nacer en este suelo tenemos un equipo de fútbol asignado. La disputa suele darse entre dos bandos: bosteros y millonarios. Esto no excluye a mi ciudad y las excepciones que podemos llegar a encontrar a esta dualidad son de aquellos padres o abuelos que abandonaron sus provincias y llevaron a esta ciudad su pasión por los equipos de su lugar natal.
Por otro lado, no vengo de una familia futbolera, no cuento con esas tradiciones importadas de abuelos o de tios, y si bien mi viejo es un gran amante del fútbol, jugó muchos años de su vida al basquet. En síntesis, no tenía de donde adquirir esta pasión.
Creo que cuando uno es chico acepta el equipo de fútbol solo por conveniencia: el del tío que nos regala golosinas, el del padrino que nos compra juguetes y así. Casi como el bautismo cristiano, uno recibe algo sin ser consciente.
Supongo que yo fui igual, pero nunca me convencieron del todo: no comía muchos caramelos y tuve una casi nula relación con mi padrino.
Sin embargo y contra todo pronóstico resulté salir un enfermo del fútbol, uno que se despierta un domingo a las ocho de la mañana para ver un partido de la liga inglesa que define el descenso.
Pero, ¿como? ¿cuándo? ¿por qué?

A mediados del 2005 me encontré con un partido de fútbol en la tele casi sin querer, con un partido de la sub 20 argentina en el mundial de Holanda. Entre tanto adolescente jugando vi a un zurdito que hacía cosas espectaculares, maravillas y que contribuyó enormemente a la obtención del mundial. Fue entonces cuando decidí ver donde jugaba este muchacho y di con lo que sería mi nuevo amor: el Fútbol Club Barcelona.
Si existen los amores a primera vista este fue uno. Se trataba de algo distinto, algo nuevo, un fútbol completamente diferente al que yo conocía. Empecé a seguir como podía los partidos ya que no contaba con internet y no siempre pasaban los partidos, pero me las arreglaba para encontrar alguna forma para ver algo y saber como habían salido el fin de semana. Pasó el tiempo y mis posibilidades para seguirlo crecieron y me fui haciendo más y más fanático, con decir que aprendí catalán para conocer sus lemas, su historia, su himno...
Con el tiempo entendí que el Barcelona no es solo un equipo de fútbol, es un estilo de vida. Se promulgan los valores de un fútbol total, limpio, lírico, vistoso, siempre ofensivo, cosas que enamoran al mediocampista frustrado que soy. Elegí al equipo y acepté su filosofía.
No faltó el que me trató de "traidor a la patria" por esta elección, o el que me dijo que era hincha solo porque era un equipo de moda o que no era más que una simple simpatía. Déjenme decirles algo, ser simpatizante de un equipo es comprarse una camiseta, elegirlo en la PlayStation y poco más, no es emocionarse hasta las lágrimas por él. Uno no llora por una simple simpatía, uno llora por amor y yo he llorado por este equipo. Prefiero hacer oídos sordos a todos esos dichos y pensar en el día en que podré viajar a Barcelona y ver a la "orquesta" en acción cumpliendo así el mayor sueño de mi vida

Ya pasó un poco ese dolor en el pecho tras la eliminación, creo que ya puedo volver a prender el televisor y ver que dice el mundo. 

Elegí, tuve mis razones y las mantengo a pesar de todo. Lo vivo así, lo siento así...

Nada más.


¡VISCA EL BARÇA!

domingo, 6 de abril de 2014

Discusión de medianoche.

-¿Qué hacés? vos no deberías estar acá.
-Vine a buscar algo, ya me voy.
-Vos no podés estar acá.
- Sé que tengo que hacer y qué no. No hace falta que me lo repitas.
- No se trata de repetírtelo, se trata de que lo entiendas. Después de tantos años no deberíamos tener esta clase de problemas.
- Después de tanto tiempo no deberíamos seguir hablando.
- A eso no lo sabemos.
- Te produce placer verme en esta situación.
- Si hablamos es porque existimos, si existimos es por algo, para algo. Hay motivos y razones que se nos escapan...
- No me hables de razones. Sabés muy bien que ambos ya las perdimos.
- Uno siempre pierde cosas en la vida, es un ciclo, lo perdemos todo.
- Vos no perdiste nada porque nunca tuviste nada. En cambio yo tenía cosas...
- Nunca fueron tuyas...
- Nunca fueron tuyas, por eso me las robaste. Tenía todo. Tenía felicidad, tenía paz, la tenía a ella..
- Ella nunca fue tuya, algo tan hermoso no podía tener dueño.
- Desde un principio fue mía y lo sabés. La amaba y ella a mí. Nunca había sentido algo así por nadie y tu codicia me la quitó.
- Yo solo reclamaba lo que era mío, lo que conseguí con mis propias manos.
- ¡No mientas! no sos más que un ladrón mediocre, siempre fuiste un mediocre.
- ¿Mediocre? Yo tomé siempre las mejores decisiones, avancé cuando vos elegías quedarte, tomé riesgos. A veces perdí otras gané, pero todo eso porque me atreví. En cambio vos... vos siempre fuiste un cobarde.
- No tenías derecho...
- Uno es dueño de lo que hace, de lo que construye. Yo fabriqué tu vida mientras vos la veías pasar y nunca me lo agradeciste.
- Vos no hiciste nada. Me robaste.
- Me lo merecía, merecía este premio, la merecía...
- Puedo perdonarte el dejarme encerrado acá, puedo perdonarte el que te adueñes de mi casa, mi familia, mi trabajo, pero no puedo perdonarte que me la hayas robado a ella...
- Por ultima vez, ¡nunca fue tuya!
- Claro que lo fue. Lo fue desde que nos conocimos, lo fue desde que le dediqué los primeros versos, desde que hicimos el amor por primera vez. Siempre lo fue...
- Me cuesta creer tu inocencia. Yo soy el poeta, yo soy el amante, yo soy todos y cada uno de los hombres de los que ella se ha enamorado.
- ¡Mentira! Vos sos un ladrón. Sos un ser solitario y envidioso, canalla, traidor.
- Soy todo lo que alguna vez escondiste y hoy sale a la luz.
- No tenés perdón...
- No tenemos perdón querrás decir.
- Te estás equivocando, yo no soy como vos.
- ¿Ah no?.
- No, yo existo, vos sos un mal recuerdo, una mancha en la pared que se mueve, un mal sueño, demasiadas pastillas...
- Soy más real de lo que podrías llegar a pensar.
- No sos nada.
- No tengo tiempo para discutir. Acaba de sonar la puerta, debe ser ella. Tengo que irme.
- No te vayas ,no te me vas a escapar de nuevo.
- Tarde, hace años que logré escapar.



miércoles, 2 de abril de 2014

Día de lluvia...

¿Para qué te voy a explicar como cambia tu vida a medida que vas creciendo?. Se puede ver en un montón de cosas: responsabilidades, pensamientos, cuestiones físicas, etc.
Pasás de tener quince años con las hormonas a full y lleno de energía a esperar, ya a los veintitantos, un feriado para poder quedarte en casa y no sacarte el pijama en todo el día.
Debo admitir, quizá contra mi voluntad, que me he convertido en ese ser despreciable, mitad por la edad, mitad por el cambio de ciudad que conlleva un cierto tipo de "vida" (sí, vida entre comillas) casera. Y para ser sincero no me desagrada tanto, conformismo que le dicen.
Sin embargo, a veces ocurren excepciones, hoy me extrañé.

Córdoba tiene una belleza particular los días de lluvia. Es una hermosa ciudad que adquiere un aura seria y melancólica, como cuando le ponés un filtro blanco y negro a alguna foto tuya mirando a ningún lado, pero  muchísimo mejor.
A eso se le suma hoy la cuestión fortuita de que se trate de un día feriado. Así que como dije antes, hoy es uno de esos días para quedarse en casa tapado hasta la cabeza o salir a caminar si sos de los guapos que aguantan el viento y la llovizna sin enfermarte automáticamente, cosa usual en las ciudades grandes.
Pero no, yo sé que hoy no quiero eso, hoy quiero tener de nuevo doce, trece, catorce o quince años.

Ahora, ¿por qué uno querría volver a esa edad funesta para todo ser relativamente humano?. La respuesta es fácil y de seis letras: fútbol.
Una cosa tan sencilla y a al vez tan compleja que cuesta un poco explicar.

A quien le guste el fútbol verdaderamente sabe que no importa ni el lugar, ni el clima, ni los elementos a la hora de jugar. Uno puede pasar de jugar en una cancha de once con medidas reglamentarias usando botines y pelotas de primerísima marca, a jugar con una pelota hecha con las medias finas robadas a alguna madre en un aula de colegio. Y les aseguro que nadie quiere perder en ambos casos.

Las tardes de estos días grises no fueron siempre así, pero recuerdo una escena que le es común a todas.

Día gris no era sinónimo de casa, libro y comida, para nada. Día gris y libre significaba fútbol, sudor y barro, mucho pero mucho barro. Nada reconforta más el alma que jugar bajo la lluvia. Es lo más cercano que conozco a una limpieza espiritual (aunque no sea muy feliz el empleo de la palabra limpieza).
Canchas irregulares, por momentos rápidas cual pista de hielo, por otros estanques y arenas movedizas en donde una pelota pierde totalmente su capacidad de rebotar. Es en estos campos donde se crean los grandes gambeteadores, esos seres incomprendidos en el mundo del fútbol.
 Hombres que comen una pizza con cubiertos para no mancharse se arrojan y dejan el cuerpo junto con la pulcritud de sus ropas embarrados por completo al recuperar una pelota perdida. Un simple empujón se vuelve una falta espectacular y digna de prisión domiciliaria debido a la poca estabilidad de los jugadores.
Pero hay algo más, algo que todos conocen pero nadie se atreve a decir en voz alta: las victorias en esta clase de partidos valen más. Cuentan con un valor agregado que los participantes le otorgan sin darse cuenta pero que es irrefutable.

Me extraño. Extraño volver de jugar con patadas y lleno de barro, extraño que mi vieja no me deje entrar a casa porque recién acababa de limpiar, extraño jugar horas y horas mojado sin preocuparme por lavar después las zapatillas, extraño tener quince años y jugar al fútbol.

Uno no se da cuenta en lo que se va convirtiendo, es un proceso lento e invisible. Yo no sé cuando fue que comencé a preocuparme por los jabones en polvo por ejemplo.

No se puede volver al pasado pero les digo una cosa, voy a salir hoy día gris y con lluvia con una pelota al parque y a esperar a esos pibes de quince que ya tienen veinte o más para tratar de recuperar algo de todo lo que ya no está. 

Al fin y al cabo hay algo bueno en todo esto: nadie nos va a dejar afuera de casa porque recién acaba de limpiar.

lunes, 3 de marzo de 2014

Viaje inicial




"Poesía circular, pez espada.
 Puedo verla de perfil ondulándose en el mar"



Subí al cielo y toqué el sol mientras se deshacían nubes en mis brazos y mi boca tras un suave pero intenso mordisco.
Del firmamento celeste emergió el tigre que creó el universo e intentó asustarme con su mirada fija. No lo va a lograr. Yo manejo y creo este cielo, mi cielo, sol engendrado, luna ausente, espacio finito e interminable.
Lleno mis pulmones de un aire artificial que me resulta completamente puro y me da vida, mi vida, creación eterna y profunda que nos hace uno.
Siento que el astro me quema, percibo cada uno de sus rayos. Pero necesito sus caricias. Debo admitir que a veces lo extraño, lo necesito para mi existencia.
A lo lejos, se ve la eternidad vasta y puedo contenerla en mi mano.
Cielo, sol, nube, luna. Cielo eterno, sol vida, nube alimento, luna ausente.

Ya llegué a donde quería.

 Lo necesitaba, te necesitaba, te necesito, te encontré, no quiero perderte de nuevo, espero no olvidarte.

 Te quiero.

 Te amo.

 Aunque sepa que sos nada no me importa, yo de nada vivo.






sábado, 1 de marzo de 2014

Pueblo chico...


                                                   
A medida que pasan los años nuestra memoria nos va abandonando. Olvidamos nombres, lugares, comidas y todas esas cosas notablemente inútiles que tiene la vida. O quizá nuestra memoria comienza a ser más selectiva: pasamos de recordar todas y cada una de las figuritas que solíamos coleccionar a tratar de no olvidar que pastilla tenemos que tomar, cuando vencen los impuestos, que jabón en polvo es mas conveniente, etc.
Sin embargo existen situaciones que escapan a nuestro control y se vuelven inolvidables e incluso nos persiguen, algunas agradables como el primer amor, la primera mascota, y otras no tanto como la que pasaré a contar ahora.

Por ese entonces entrenaba seguido, cosa que con mi nueva vida citadina se fue tornando más difícil. Distancias más grandes, horarios ajustados, independencia económica,  todos factores que confluyeron para impedir mi crecimiento como deportista.
 Viví hasta los dieciocho años en una ciudad pequeña, casi pueblo, aunque bien equipada. Las plazas con sus arboles verdes que contrastaban con el marrón general del ambiente, negocios chicos con grandes carteles luminosos cuya intención era resaltar, cosa inútil ya que todos los conocían como “el negocio de fulano”, o “el que que está a la vuelta de lo de mengano”, cosas de pueblo. La catedral, una iglesia reconstruida tras un terremoto en el siglo pasado, era una de las (pocas) atracciones para los turistas. Un poco más alejado del centro de la ciudad se encontraba el polideportivo municipal. Se trataba de un predio enorme que con el paso de los años había crecido y paso de ser una cancha precaria en donde se practicaban casi en simultaneo varias disciplinas, a ser uno de los mejores en el país. Contaba en su momento de plenitud con tres canchas de fútbol, dos de rugby, una de césped sintética para el hockey, más de treinta canchas de tenis de diversas superficies, pista de atletismo y, como frutilla del postre, una pileta de medidas olímpicas climatizada.
Como sabrá aquel que vivió en una ciudad pequeña, cualquier novedad era comentada por todos y no se hablaba en este lugar de otra cosa que no fuera la nueva instalación. Y así, como niños que se empujan para conseguir el mejor lugar al momento de la piñata, familias enteras concurrían desde temprano al lugar para no quedarse afuera, ya que a pesar de ser grande tenía capacidad limitada y quedaba claro el interés de todo el pueblo por concurrir.
En esas largas y tortuosas filas bajo los rayos incesantes del sol se veían los más variados personajes: Doña Marta con sus cinco hijos, las respectivas novias y los respectivos hijos; Ana Laura y María Celeste las blondas capitanas del equipo de hockey del lugar; el equipo de fútbol cinco que había terminado de entrenar y sin previa ducha esperaban para entrar a la pileta y encarar a todo ser con biquini que rondara; etc.
Como dije, por ese entonces entrenaba y un día decidí, pese a mis nulas ganas de participar de esas filas interminables, inscribirme en la pileta e ir a nadar. Debo decir que fue una buena decisión ya que como es sabido, la natación es uno de los deportes más completos que se pueden practicar. Durante ese mes conocí gente y comencé a hacerme amigo de las personas que trabajaban allí. Recuerdo a Carolina la señora del bufé, Mariano el guardavidas y especialmente a Don Julián, el señor encargado de la limpieza. Digo especialmente porque era una tipo serio y reservado, hablaba poco, respondía con monosílabos. Se lo veía siempre con su uniforme de trabajo gris, uniforme que en algún momento supo ser blanco pulcro. Los años al parecer habían causado los mismos daños en su ropa y en él. Otra cuestión particular de Don Julián era que nunca se metía a la pileta como los demás empleados. Estos lo hacían al finalizar el día cuando ya las familias se habían ido y quedábamos solo los que entrenábamos. Cuando se le preguntaba respondía entre dientes: No nado.
En fin, un hombre solitario.
Las señoras solían decir que Don Julián era un hombre feliz y que tenía una familia, pero desde la muerte de su hija hacía ya un buen par de años se había abandonado. Se divorció y que ahora vivía solo en una casucha en un barrio periférico. Pero como se sabe en todo el mundo, desde que han existido las viejas, han existido a la par grandes historias. Estas historias tenían un condimento más, según algunos, Marianella la hija de Don Julián había muerto ahogada en una pileta. Giros necesarios para una buena tragedia. Cosas de pueblo…
En lo que a mí respecta, Julián era un viejo solitario y poco más que eso.
Hasta ese día…

Las personas despiertan todos los días pidiendo grandes emociones que los hagan olvidar por un momento lo monótonas que son sus vidas. Desde el basurero hasta el político, todos quieren ser tapa de diarios, revistas y resaltar aunque sea por un instante, del resto. Ese día esta ciudad recibió esa oportunidad, aunque les aseguro, ninguno lo pensó así.

Tarde de calor era sinónimo por esas latitudes de tardes en el agua, y a falta de grandes ríos, o lagos la solución era esa bendita pileta pública. Unos amigos me habían convencido de ir con ellos y no viendo una mejor alternativa decidí acompañarlos. Me sorprendió ver como aquel lugar casi vació en el cual yo entrenaba se había convertido en el equivalente más cercano a una plaza: gente en reposeras, niños jugando por todos lados, vendedores de comida, todo en un espacio grande pero cerrado.
Aunque hubo algo que me sorprendió todavía más. Subido a una de las tribunas ubicadas al lado de la pileta pude ver a Don Julián en ojotas, sin su uniforme de trabajo, con una nena. A primera vista parecían un abuelo con su nieta pero luego de mirar detenidamente me di con que se trataba de Marianita, una nena de unos seis años que vivía con su hermano de 8 en la calle. Sabido era que Don Julián más de una vez había ayudado a estos niños y especialmente a Marianita, a quien consideraba como una hija, quizá ahí estuvo el problema…
La imagen era inverosímil, el solitario Don Julián entró a la pileta y le estaba enseñando a nadar a la pequeña. Sonreí mirando la imagen y decidí bajar a nadar o a intentar ya que la gente seguía siendo mucha.
Habían pasado un par de horas ya. Me encontraba sentado al borde de la pileta con los amigos con los que había ido y otras personas más que fueron sumándose al grupo. A pesar de que era ya de noche las familias y los niños seguían allí, había sido un día de mucho calor y esto era consecuencia de ello.
Me había olvidado por completo del viejo y la nena. Los busqué entre los flotadores y pelotas y los encontré. Marianita ya nadaba por debajo del agua, siempre acompañada por Don Julián por supuesto. Tanta fue mi emoción al ver esa imagen que necesitaba compartirla con alguien más y me acerqué a un amigo:
-Miralo a Don Julián, hace rato que le está enseñando a nadar a Marianita
Lo que primero fue una sonrisa en su rostro se fue transformando casi sin escalas a una expresión de shock y me dijo…
-No le está enseñando a nadar, la está ahogando…
No se dio cuenta y dijo esto último en voz alta. Las personas abandonaron en ese momento todo lo que estaban haciendo y se abalanzaron sobre el hombre.
¡¿Don Julián que está haciendo por Dios?! Dijeron casi todos al tiempo.
La imagen era desconcertante.  El hombre mantenía el cuerpo de la niña bajo el agua y ante todas las miradas, con los ojos llenos de lágrimas repetía las mismas palabras…
-No la cuidaban. Nadie la cuidaba, yo le quería enseñar a nadar para que no le pase lo que le pasó a mi Marianella. Nadie la cuidaba…
No se trataba de una situación clásica de homicidio, no, era un hombre destruido por completo. La policía y las personas presentes no lo vieron así y Don Julián fue preso.
Ese día, la ciudad fue noticia en todos lados. Todos supieron de la existencia de esa enorme y lujosa pileta. Por una desgracia decían, por una desgracia…

La memoria se vuelve selectiva. Uno recuerda lo que no debería, o eso nos queremos hacer creer…


Al fin y al cabo son cosas de pueblo.