miércoles, 9 de abril de 2014

Explicación innecesaria.

Creo que no debería empezar a escribir esto en caliente, aunque lo que quiero decir es mejor expresarlo así.
Barcelona acaba de quedar eliminado de la Champions League por el Atlético de Madrid y aunque ya han pasado un par de horas no logro recomponerme.
Algunos detalles introductorios. Para aquel que no lo sepa, la Champions es la copa más importante de clubes en el mundo, es casi comparable a un mundial, solo que no nos toca a nosotros los americanos. Es esa competencia donde juegan los mejores jugadores del mundo en los mejores equipos. En un punto similar a la Copa Libertadores debido a que el certamen es a nivel continental, sin embargo está a años luz en cuanto a organización, calidad, espectáculo, orden y demás cuestiones que por estos lugares hemos dejado de lado y suplantado por algo que llaman garra y huevos. No digo que sea peor, solo que el enfoque está puesto en cosas distintas.

En fin, creo que ya entienden de qué se trata.

Ahora, llega el momento de la legitimación. Por si no queda claro, soy hincha del F.C Barcelona desde hace ya nueve años y esta derrota me confunde, me perturba, me duele...
¿Por qué me duele? Ilusión, sed de triunfo, ganas de que vuelva a ser el que supo ser, ganas de que vuelva a ser el mejor equipo del mundo, todos asuntos que deberán esperar un año más para tratar de ser resueltos. Lo bueno del deporte, y del fútbol en particular, es que siempre da revancha.
Cualquier persona ajena al mundo del fútbol se preguntará por qué me pongo tan mal por algo que ocurrió a 10.119,17 km de distancia (dato chequeado), por un equipo que no es argentino y por algo en lo que uno no se está involucrado. Lamento decirle que no puedo explicarlo como debería hacerlo, y al intentarlo solo me sale una palabra que puede sonar vacía: pasión.

Durante estos nueve años he sentido esta pasión que a priori resulta incomprensible. Trataré de explicar, si es esto posible, su origen.

Nací en una provincia del interior del país que a tomado a lo largo de su historia conceptos a medias de las grandes ciudades. El fútbol es uno de ellos. No tenemos equipos en la primera división, ni en segunda, no tenemos grandes estadios, no tenemos un gran clásico. Sin embargo pasión futbolera no le falta gracias a las costumbres importadas por la gente de Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe. Hay que tener en cuenta que de por el solo hecho de ser argentinos y nacer en este suelo tenemos un equipo de fútbol asignado. La disputa suele darse entre dos bandos: bosteros y millonarios. Esto no excluye a mi ciudad y las excepciones que podemos llegar a encontrar a esta dualidad son de aquellos padres o abuelos que abandonaron sus provincias y llevaron a esta ciudad su pasión por los equipos de su lugar natal.
Por otro lado, no vengo de una familia futbolera, no cuento con esas tradiciones importadas de abuelos o de tios, y si bien mi viejo es un gran amante del fútbol, jugó muchos años de su vida al basquet. En síntesis, no tenía de donde adquirir esta pasión.
Creo que cuando uno es chico acepta el equipo de fútbol solo por conveniencia: el del tío que nos regala golosinas, el del padrino que nos compra juguetes y así. Casi como el bautismo cristiano, uno recibe algo sin ser consciente.
Supongo que yo fui igual, pero nunca me convencieron del todo: no comía muchos caramelos y tuve una casi nula relación con mi padrino.
Sin embargo y contra todo pronóstico resulté salir un enfermo del fútbol, uno que se despierta un domingo a las ocho de la mañana para ver un partido de la liga inglesa que define el descenso.
Pero, ¿como? ¿cuándo? ¿por qué?

A mediados del 2005 me encontré con un partido de fútbol en la tele casi sin querer, con un partido de la sub 20 argentina en el mundial de Holanda. Entre tanto adolescente jugando vi a un zurdito que hacía cosas espectaculares, maravillas y que contribuyó enormemente a la obtención del mundial. Fue entonces cuando decidí ver donde jugaba este muchacho y di con lo que sería mi nuevo amor: el Fútbol Club Barcelona.
Si existen los amores a primera vista este fue uno. Se trataba de algo distinto, algo nuevo, un fútbol completamente diferente al que yo conocía. Empecé a seguir como podía los partidos ya que no contaba con internet y no siempre pasaban los partidos, pero me las arreglaba para encontrar alguna forma para ver algo y saber como habían salido el fin de semana. Pasó el tiempo y mis posibilidades para seguirlo crecieron y me fui haciendo más y más fanático, con decir que aprendí catalán para conocer sus lemas, su historia, su himno...
Con el tiempo entendí que el Barcelona no es solo un equipo de fútbol, es un estilo de vida. Se promulgan los valores de un fútbol total, limpio, lírico, vistoso, siempre ofensivo, cosas que enamoran al mediocampista frustrado que soy. Elegí al equipo y acepté su filosofía.
No faltó el que me trató de "traidor a la patria" por esta elección, o el que me dijo que era hincha solo porque era un equipo de moda o que no era más que una simple simpatía. Déjenme decirles algo, ser simpatizante de un equipo es comprarse una camiseta, elegirlo en la PlayStation y poco más, no es emocionarse hasta las lágrimas por él. Uno no llora por una simple simpatía, uno llora por amor y yo he llorado por este equipo. Prefiero hacer oídos sordos a todos esos dichos y pensar en el día en que podré viajar a Barcelona y ver a la "orquesta" en acción cumpliendo así el mayor sueño de mi vida

Ya pasó un poco ese dolor en el pecho tras la eliminación, creo que ya puedo volver a prender el televisor y ver que dice el mundo. 

Elegí, tuve mis razones y las mantengo a pesar de todo. Lo vivo así, lo siento así...

Nada más.


¡VISCA EL BARÇA!

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