jueves, 24 de abril de 2014

Rutina

Alberto es un tipo común y corriente. Vive en una ciudad grande, tiene una mujer y un trabajo estable. Es joven pero no tanto como antes y lo sabe, se lo recuerda casi a menudo.
Trabaja de lunes a viernes en una fabrica y sigue una rutina de manera religiosa: se levanta todos los días a las seis de la mañana y sale de la cama sin despertar a su mujer, no la mira al dejar la habitación. Prepara café, lo toma y se viste. Camisa clara pantalón oscuro, camisa oscura pantalón oscuro, camisa oscura pantalón claro, decide y a las siete emprende el viaje al trabajo.
 Para en el kiosco ubicado una esquina antes de llegar a la fábrica, compra el diario y lo lee allí mientras charla con el canillita, los lunes y viernes de fútbol, los martes de política, los jueves de lo caro que están los repuestos y los miércoles la charla es de tema libre. Marca tarjeta a las nueve en punto, siempre fue puntual, es de lo pocas buenas costumbres que ha mantenido desde niño.
Trabaja ocho horas, a veces más, nunca menos y regresa a su casa, no sin antes pasar por la panadería a buscar unas facturas para tomar mate con su mujer. Llega y hablan de banalidades, no tienen hijos, no tienen distracciones. Comen, miran televisión, intercambian frases vacías y se acuestan. A veces hacen el amor, a veces se abrazan y a veces duermen de espaldas.
Los fines de semana no son muy distintos, cambia el trabajo por visitas familiares, comidas abundantes, siestas prolongadas y tareas hogareñas.
Alberto se ríe de los chistes que aparecen en la última página de los diarios, mira las películas que pasan por la televisión los sábados a la tarde, recuerda tiempos mejores. 

Alberto es un tipo común y corriente, o eso puede parecer.

Pero no, Alberto es realmente otra clase de hombre. Es un soñador y un ser apasionado. Escribe poemas, compone canciones, se conmueve ante los más mínimos detalles. Desea viajar por el mundo y cambiarlo de a poco. Quiere conocer gente nueva, quiere aprender, quiere enseñar. No quiere manejar un auto cuatro puertas, Alberto quiere recorrer países en bicicleta, quiere tomar fotografías, fotografiar personas, momentos, sonrisas y llantos. Quiere amores eternos, quiere vivir mil vidas. 
Alberto quisiera amar a su mujer todas las noches, desea abrazarla, dedicarle versos, amarla como se merece. Se debe a ella, la ama, siempre la amó aunque no se lo recuerde. Quiere ser lo que ella desee.
Sabe que solo se tiene una vida y quisiera poder aprovecharla al máximo, poder pasar por este mundo y dejar una huella.
Pero Alberto tiene un problema, es un ser demasiado racional.

Alberto desearía poder hacer todo eso, pero sabe que la suerte y el destino rara vez favorecen a los mortales. Hubiese deseado nacer en otro lugar y en otra época pero no fue así. A él le toca continuar una tradición de hombre de casa, hombre tradicional. No hombre soñador, poeta, aventurero, sino hombre trabajo, hombre salario, hombre pilar de familia. Y Alberto es obediente, sabe que no puede escapar de esto, le duele, lo lamenta pero lo acepta.
A veces se arma de valor y decide dejarse salir, luego medita y sabe que no pertenece a ese mundo.

Entonces es lunes de nuevo, se despierta a las seis de la mañana y sale de la cama sin despertar a su mujer. Prepara café, lo toma y se viste. Sin embargo hoy quiere cambiar, hoy está decidido, hoy va a dejarse escapar, se prepara, está listo.
Regresa en puntas de pie a la habitación y besa a su mujer en la frente, ella sonríe dormida...

Mira el reloj, son las siete. Emprende el viaje al trabajo, pero esta vez con una extraña mueca de felicidad. Alberto suele ser un tipo común y corriente, pero hoy no será así...



No hay comentarios:

Publicar un comentario