miércoles, 2 de abril de 2014

Día de lluvia...

¿Para qué te voy a explicar como cambia tu vida a medida que vas creciendo?. Se puede ver en un montón de cosas: responsabilidades, pensamientos, cuestiones físicas, etc.
Pasás de tener quince años con las hormonas a full y lleno de energía a esperar, ya a los veintitantos, un feriado para poder quedarte en casa y no sacarte el pijama en todo el día.
Debo admitir, quizá contra mi voluntad, que me he convertido en ese ser despreciable, mitad por la edad, mitad por el cambio de ciudad que conlleva un cierto tipo de "vida" (sí, vida entre comillas) casera. Y para ser sincero no me desagrada tanto, conformismo que le dicen.
Sin embargo, a veces ocurren excepciones, hoy me extrañé.

Córdoba tiene una belleza particular los días de lluvia. Es una hermosa ciudad que adquiere un aura seria y melancólica, como cuando le ponés un filtro blanco y negro a alguna foto tuya mirando a ningún lado, pero  muchísimo mejor.
A eso se le suma hoy la cuestión fortuita de que se trate de un día feriado. Así que como dije antes, hoy es uno de esos días para quedarse en casa tapado hasta la cabeza o salir a caminar si sos de los guapos que aguantan el viento y la llovizna sin enfermarte automáticamente, cosa usual en las ciudades grandes.
Pero no, yo sé que hoy no quiero eso, hoy quiero tener de nuevo doce, trece, catorce o quince años.

Ahora, ¿por qué uno querría volver a esa edad funesta para todo ser relativamente humano?. La respuesta es fácil y de seis letras: fútbol.
Una cosa tan sencilla y a al vez tan compleja que cuesta un poco explicar.

A quien le guste el fútbol verdaderamente sabe que no importa ni el lugar, ni el clima, ni los elementos a la hora de jugar. Uno puede pasar de jugar en una cancha de once con medidas reglamentarias usando botines y pelotas de primerísima marca, a jugar con una pelota hecha con las medias finas robadas a alguna madre en un aula de colegio. Y les aseguro que nadie quiere perder en ambos casos.

Las tardes de estos días grises no fueron siempre así, pero recuerdo una escena que le es común a todas.

Día gris no era sinónimo de casa, libro y comida, para nada. Día gris y libre significaba fútbol, sudor y barro, mucho pero mucho barro. Nada reconforta más el alma que jugar bajo la lluvia. Es lo más cercano que conozco a una limpieza espiritual (aunque no sea muy feliz el empleo de la palabra limpieza).
Canchas irregulares, por momentos rápidas cual pista de hielo, por otros estanques y arenas movedizas en donde una pelota pierde totalmente su capacidad de rebotar. Es en estos campos donde se crean los grandes gambeteadores, esos seres incomprendidos en el mundo del fútbol.
 Hombres que comen una pizza con cubiertos para no mancharse se arrojan y dejan el cuerpo junto con la pulcritud de sus ropas embarrados por completo al recuperar una pelota perdida. Un simple empujón se vuelve una falta espectacular y digna de prisión domiciliaria debido a la poca estabilidad de los jugadores.
Pero hay algo más, algo que todos conocen pero nadie se atreve a decir en voz alta: las victorias en esta clase de partidos valen más. Cuentan con un valor agregado que los participantes le otorgan sin darse cuenta pero que es irrefutable.

Me extraño. Extraño volver de jugar con patadas y lleno de barro, extraño que mi vieja no me deje entrar a casa porque recién acababa de limpiar, extraño jugar horas y horas mojado sin preocuparme por lavar después las zapatillas, extraño tener quince años y jugar al fútbol.

Uno no se da cuenta en lo que se va convirtiendo, es un proceso lento e invisible. Yo no sé cuando fue que comencé a preocuparme por los jabones en polvo por ejemplo.

No se puede volver al pasado pero les digo una cosa, voy a salir hoy día gris y con lluvia con una pelota al parque y a esperar a esos pibes de quince que ya tienen veinte o más para tratar de recuperar algo de todo lo que ya no está. 

Al fin y al cabo hay algo bueno en todo esto: nadie nos va a dejar afuera de casa porque recién acaba de limpiar.

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